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sábado, 25 de agosto de 2012

Fuck


   


   “A partir de la publicación de esta novela, ya no se puede ser tonto en la literatura española. Aunque hemos seguido caminos diferentes, yo me considero un discípulo de Juan Benet, no un imitador”.



                                            Eduardo Mendoza sobre Volverás a Región 











miércoles, 1 de agosto de 2012

Eco (1997)





 “Soy de la fría y dura opinión de que los jóvenes actuales salimos perdiendo con la democracia (lo cual no  quiere decir que ésta sea mala) porque, como es sabido, se han terminado los ideales tangibles, como la libertad o la misma democracia, y solo queda eso tan huero y nebuloso de la solidaridad, que nos da de comer a todos mucho tiempo, pero que no viene a ser nada, en todo caso hipocresía. Quiero decir que es más edificante odiar a Franco, que es un señor que se tiene que morir, un señor al que se puede matar incluso, que a eso de Estados Unidos, que es tan grande que no cabe en ningún punto de mira, o el tema del Tercer Mundo, que es la mayor abstracción de todas.
   La solidaridad es una moda de fin de siglo, y lo malo de las modas es  que pasan. Yo, en esto de la solidaridad, estoy con Sábato (“El túnel”), Nietzsche y por ahí”.



                                                Alberto Olmos, Así de loco te puedes volver





martes, 26 de junio de 2012

Otro judío








“¿Hay algún corazón que pueda petrificarse del todo?”


                                                      Saul Bellow, Herzog





jueves, 21 de junio de 2012

"Formas de volver a casa", de Alejandro Zambra






   Hay una serie de autores que un escritor no debe leer mientras está gestando cualquier tipo de texto. Autores cuya escritura goza de un no sé qué que queda, de tamaño flow que contamina toda dicción prosaica hasta el punto de contagiar expresiones nunca concebidas por la pluma en cuestión. Hasta el punto de levantar sospechas entre los más sagaces. Hablo de autores como Henry Miller, como Georges Perec, como Eloy Tizón, y por supuesto de un autor como Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975).
   Hace más de un mes que leí esta novela y volviendo a pensar en ella solo puedo destacar el modo en que el autor chileno tiene de contarme una historia que en principio no debiera interesarme y que sin embargo se convierte en valiosa, en rescatable, mediante el peculiar uso del léxico llevado a cabo por Zambra. Es evidente que este joven escritor no ha inventado nada y que su prosa está enmarcada dentro de una determinada tradición veladora de conceptos tales como aquel de “prosa sencilla” –y uno de cuyos máximos exponentes es el nombrado Perec-. Tradición que no debe ser confundida con aquella otra del realismo sucio, en donde quizás goce de más valor lo que no hay frente a lo que de verdad se halla en el papel.
   Sin embargo, esta veta estilística cobra en Zambra –como no podía ser de otra manera- una nueva forma de entender el texto, mezcla de ornamento y sencillez a partes iguales –resultado similar al encontrado en autores como Tizón, que a su vez bebe de Cheever-. Es así que no puede entenderse la obra novelística del chileno sin atender a su faceta poética, que abarcó los primeros títulos de su andadura y que pervive en cada párrafo de sus novelas. Dando como resultado ese genuino estilo del que hablamos y que es culpable de  párrafos como este: “Piensa en esos momentos en que a su madre no le quedaba más remedio que hablar. Buscaba a las niñas, se demoraba en las palabras, como sintonizando de a poco un tono dulce y calmo, un tono cuidado, artificial. Entonces, como en una ceremonia, hablaba claro. Modulaba. Miraba a los ojos”.
   En algún sitio se ha dicho que Formas de volver a casa es solo un título menor en comparación con su aclamada Bonsái (Anagrama, 2006), pero no puedo encontrar reflexión más desacertada, puesto que no deja de ser una continuación de lo que de verdad importa en Zambra: el estilo. Precisamente en otro sitio se ha comentado esto último, en referencia a una forma de concebir la novela que, a través de sus tres obras publicadas, se ha agotado –destacando además el exceso de metaliteratura de la obra.
  Ninguna de ambas reflexiones puede ajustarse a lo que de verdad constituye esta novela, que es otro paso en –como dije por aquí en alguna ocasión- una de las obras más prometedoras a ambos lados del Atlántico. La de Alejandro Zambra.





viernes, 18 de mayo de 2012

Incomprensión


   


   "Hace poco tiempo —una tarde de primavera, caminando por una galiana de Extremadura, en un ancho paisaje de olivos, a quien daba unción dramática el vuelo solemne de unas águilas, y, al fondo, el azul encorvamiento de la sierra de Gata—, quiso Pío Baroja, mi entrañable amigo, convencerme de que admiramos solo lo que no comprendemos, que la admiración es efecto de la incomprensión. No logró convencerme, y no habiéndolo conseguido él, es difícil que me convenza otro. Hay, sí, incomprensión en la raíz del acto admirativo, pero es una incomprensión positiva: cuanto más comprendemos del genio, más nos queda por comprender."



                              José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote





sábado, 12 de mayo de 2012

De la ineptitud y la excelencia




   Un día, no hará mucho de ello, escuché en una tertulia post-película a las que nunca debe asistirse que la obra rechinaba en muchos aspectos y que la música, sin lugar a dudas, estaba fuera de contexto. La película en particular era el Furtivos de Borau (1975), cuya banda sonora está apadrinada por Vainica Doble. El iluminado en cuestión estaba relacionado con el CSIC, pero en ningún momento me interesé por conocer su identidad –tampoco creo que resultase especialmente reveladora-. Lo dijo y se quedó tan pancho. Los pocos asistentes que nos hallábamos junto a él no sufrimos ningún arrebato de cólera ni se organizó una asamblea revolucionaria allí mismo. Sin duda que la situación lo requería.
   No me interesa hablar tanto aquí de esa joya cinematográfica que es Furtivos –creo que es algo reconocido por todo especialista que se precie-, la cual no me importaría incluir entre las quince mejores de todo el cine español, como de la banda sonora de Vainica. Y más concretamente de Vainica. Y más concretamente de su disco Contracorriente (1976).
   No fue Borau, sin embargo, el que descubrió este grupo al cine español, sino otro viejo conocido de la escena como es Iván Zulueta –diseñador de la cubierta de este disco y de la película del aragonés-, que utilizó a la banda en su Un, dos, tres, al escondite inglés (1969). Previamente, ya habían debutado en televisión y habían colaborado con nombres como el de Jaime de Armiñán. Con esto pretendo decir que ya era un grupo muy asentado en el panorama cuando publican este disco, posiblemente el mejor de su trayectoria. Curiosamente, el grupo sufre un parón cuatro años después de sacarlo a la luz. No estarían de acuerdo conmigo, supongo, o con el transcurso del tiempo, en el resultado final.
   El trabajo se escucha ahora como un conglomerado perfecto de nueve composiciones en donde lo peculiar se combina con lo peculiar para dar forma a un disco único en el panorama español de los setenta –y posteriores-. No es una exageración si se entiende este grupo como uno de los padres de la escena indie –no sé en qué momento pasaría a denominarse así, pero me da un poco igual- surgida a partir de los ochenta. En cada canción puede apreciarse un estilo poético-musical fuera de lo común y un sonido que avala la letra a la perfección y que nos transporta a ese folk que tan poco abundó en España, a ese escaso -buen- rock, y si se me apura a esa psicodelia que luego Berlanga –Carlos- y otros tantos se encargarían de explotar años después. Traducido a la terminología actual, esto es un fucking pepino:






lunes, 30 de abril de 2012

La poesía de nuestra generación








"El Niño es padre del Hombre: ojalá
mis días estuvieran vinculados
por natural piedad unos con otros"


                                            William Wordsworth




lunes, 23 de abril de 2012

Hay que leer a Guelbenzu





   Hay que leer a Guelbenzu, me dije no hace mucho degustando una de las obras de su primera época –si puedo permitirme tal licencia crítica-. Hay que leer sobre todo al primer Guelbenzu. El de las novelas detectivescas posteriores no parece tan alentador. Hay que leer al escritor de El mercurio, al de Antifaz, al de La noche en casa. Al autor de los setenta que todavía estaba lejos de convertirse en capo de los medios de comunicación culturales.
   Hay en ese primer Guelbenzu –en el siguiente no lo sé- cierto intento de mímesis respecto al estilo elevado, o también llamado experimental, de los años sesenta y posteriores. Una cadencia que se muestra en cada línea y que denota la naturaleza de un excelente escritor precoz, que con apenas veinticuatro años ya había sido finalista del entonces prestigioso Biblioteca Breve. Pero no es un Benet o un Martín-Santos lo que nos encontramos en estas líneas, y sobre todo no alguien que pretenda tal cosa. Si hay que ubicar a este primer Guelbenzu en alguna localización simbólica, antes debería hacerse en el Castroforte del Baralla de Torrente Ballester que en la Región de Benet. Con esto quiero decir que su propuesta está lejos de la opacidad literaria de esta última y sin embargo cercana a la sátira de la primera.
   Una sátira que puede entreverse en cada uno de los elementos que componen obras como La noche en casa y que dan sentido a personajes como Chéspir y a tramas que en realidad poseen una trascendencia relativa –en esto sí es Benet-. Son novelas, también, que presagian al Guelbenzu policiaco de las obras posteriores, y que comparten en su naturaleza el absurdo de ese estilo negro. Aderezadas además con el motivo de los estudiantes de los años sesenta –que nos es tan cercano a los del 2010.
   Hace falta leer a Guelbenzu para entender que ese estilo “difícil” y a la postre netamente español de los años setenta, que vivió a la sombra del sobrevalorado Boom latinoamericano, no se reducía solo a las hazañas de unos tales Benet, Martín-Santos o Goytisolo, dando como resultado una de las épocas de oro -1962 en adelante- de la novela patria. Los años en que Joyce y Faulkner llegaron de verdad a España –y que nos perdone don Álvaro Cunqueiro.





viernes, 13 de abril de 2012

domingo, 8 de abril de 2012

Nostalgia

   


     <<Personalmente, no confío en otra nostalgia que en la mía. La nostalgia es un producto de la insatisfacción y la rabia. Es un arreglo de cuentas entre el presente y el pasado. Cuanto más potente es la nostalgia, más nos aproxima a la violencia. La guerra es la forma que adopta la nostalgia cuando los hombres sienten la necesidad perentoria de decir algo bueno acerca de su país –dijo Murray>>.
                               
             
                                                        Don DeLillo, Ruido de fondo






martes, 3 de abril de 2012

"Fresy Cool", de Antonio J. Rodríguez





   A medida que avanzaba en la lectura de esta primera obra –individual- de Antonio J. Rodríguez, a medida que pasaba páginas y que me formaba sobre la novela una idea que considero válida, me acometía un insidioso interrogante: ¿Qué pensaría el bueno de David Foster Wallace si todavía pudiera leer esto? Tal vez se dibujara una mueca en ese rostro inteligente que parecía ostentar y se admirase por lo prodigioso de que un españolito con apodo de turco mostrara influencia tan explícita. No sé. Lo cierto es que a continuación solía acecharme otro interrogante, derivado del primero: ¿Conocería Antonio J. Rodríguez a DFW si no hubiera sido protagonista de tan trágico final? ¿Lo conocía antes de 2008?
   En realidad no me importa gran cosa ninguna de estas preguntas y muestra de ello es que ni siquiera me he molestado en indagar un poco sobre su naturaleza –creo que podría hacerlo con un simple clic en el archivo de su blog-. DFW es –gran- parte de la novela, pero no toda la novela. Incluso me atrevería a decir que Fresy Cool tiene del autor americano aquello que no ha gozado de tanto éxito entre el público. Esto es, que tiene algo que no está entre las mil doscientas páginas de Infinite Jest y que sí lo hace en ese libro de relatos de curioso nombre: La niña del pelo raro. Concretamente, un relato que bien podría constituirse como novela corta y que es el último de ese libro: “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”. Fresy Cool adapta este relato a un Madrid que ha perdido gran parte de  su condición cañí –aunque no tanto como parece- en pos de un presente futurista en que todo está francamente jodido y que recuerda a la atmósfera tan bien expuesta por DeLillo en su Ruido de fondo.
   Pero la novela de Rodríguez es mucho más que esto. En primer lugar, porque no es solo una novela. Ya se han encargado en muchos sitios de destacar lo multidisciplinar de la obra, y es precisamente en este elemento donde reside el quid de la misma. Porque no es otra cosa, en suma, que una novela plural y satírica. Una novela de autor joven que ha leído mucha literatura contemporánea y que en todo momento siente la necesidad de teorizar, de demostrar aquello que sabe –y que tanto recuerda al ego trip rapero-, pero que sobre todo escribe bien y es consciente de que este último es un rasgo de relativa frecuencia en un autor nacido después de 1970.
   Fresy Cool posee multitud de elementos dignos de reproche –no me apetece detenerme en eso y además pueden entreverse a la perfección (por otro lado algunos no han dejado de ampararse en ellos)- pero más aún es una primera novela que impacta por la contundencia de su prosa y que ante todo pide un nuevo capítulo –un  "venga, tío, ahora cuéntame una historia de verdad en plan Franzen"-. Es, además, la primera novela de más de trescientas páginas escrita en España por un autor nacido después de 1985. Una llamativa piedra de toque. 



   

miércoles, 28 de marzo de 2012

Droga




   "En la cocina me encontré con el joven formal, que había ido a buscar hielo, y al que sorprendí pasándose un cubito por la frente. Le pregunté si se encontraba bien. <<Tengo que felicitarle –me dijo-. Tiene usted una casa muy bonita y acogedora. Y además no hay mucha gente capaz de comprender esto>>. Yo le sonreí y le dije que no estaba seguro de comprender nada, pero que creía que eso era  ahora lo de menos. <<Ni ellos mismos lo comprenden –asintió-. Ignoran el potencial terapéutico de esta droga: simplemente lo reciben. Estos chicos no tienen ni idea de lo mucho que influye en sus vidas, ni de hasta qué punto los salva>>. Luego me enteré de que era médico residente."



                           Luis Magrinyá, Intrusos y huéspedes




lunes, 12 de marzo de 2012

Ya no te acuerdas


  
   
   "Las pegatas de su Crew en la farola (rayadas por tiza con anterioridad, tachando así las declaraciones de amor). Las mochilas: firmadas por los chicos del barrio; caligrafías compactas, inextricables, picudas, acabadas en asterisco o almohadilla: ¿cuántas puedes hacer en una sola noche? Enumérelas. Los beatbox y los freestyles, los pantalones más gruesos, las cadenas más grandes, la droga más pura -más silbante al pulmón-, y luego ¡zas!, cabalgar los módulos de acero oxidado en ese ballet que inspira la cultura de club mainstream recién recibida de Estados Unidos".


                                           Antonio J. Rodríguez, Fresy Cool







miércoles, 7 de marzo de 2012

"Hilos de sangre", de Gonzalo Torné





   La celebérrima revista Granta, en su versión española, publica en verano de 2010 la polémica –como no podía ser de otro modo- lista de los veintidós mejores narradores en castellano por debajo de los treinta y cinco años (1975 en adelante). En esa lista están todos los que se preveían –Olmos, Pron, Neuman, Barba, Navarro, Zambra…- y algunos que no. También  hay, por supuesto, ausencias notables como la de Juan Sebastián Cárdenas. No me importa, sin embargo, esta lista. No me importa, en general, ningún tipo de lista. Pero lo que sucede varios meses después es algo tan sintomático de este tipo de ocurrencias que no puedo sino nombrarlo.
   En otoño de 2010 es hecho público el fallo del conocido Premio Jaén de novela, que viene a ser algo así como el Premio Mondadori de novela. Bien, el ganador resulta ser Gonzalo Torné, un escritor nacido en 1976 con una sola obra publicada antes del fallo que no se encuentra, obviamente, entre los integrantes de esa lista. Hasta aquí no hay nada de extraño, es razonable que Torné no entrara e incluso justo teniendo en cuenta otras ausencias y lo anónimo de su trayectoria. Sin embargo, no puede uno evitar sonreírse cuando lee este libro y comprueba que tiene talento, fuerza, estilo suficiente como para convertirse en una de las cinco mejores obras publicadas por autores de esa lista, incluso en la mejor si hablásemos solo de autores españoles –y le diesen el diploma de honor a Trenes hacia Tokio.
   Dicho esto, en Hilos de sangre nos encontramos con una obra seria, madura, de autor que ha sabido exprimirse y que ha leído a Roth, a Bellow, a Marías hasta la saciedad. De autor que toma prestado algo de un Benet, de un Pynchon, y lo tritura para facturar un libro que se lee con una facilidad impropia. De autor que es capaz de escoger un tema tan manido como es aquel de los dos bandos y ofrecer, quizás, un punto de vista relativamente innovador, enfocado desde la óptica de un individuo que nació ayer. De ofrecer una Barcelona rabiosamente actual y de someterla, como lo hace Ferrer Lerín, a una revisión estricta respecto a su recurrente visión de urbe cosmopolita. De crear todo un héroe contemporáneo como es Joan-Marc.
   Se diría, nítidamente, que estamos ante un nuevo Javier Marías si no fuera porque dudo –a mi pesar- que este libro haya sido un éxito de ventas. Mas todo camino será recorrido. Pronostico, por tanto, dos grandes autores que surgirán de esta generación de 1975 –parcialmente retratada en Granta- y que responden al nombre de Alejandro Zambra y Gonzalo Torné. La quiniela está echada. 





lunes, 27 de febrero de 2012

The girl who had everything




"What men or gods are these? What maidens loth?
What mad pursuit? What struggle to escape?
What pipes and timbrels? What wild ecstasy?"

                                       
                                       John Keats, "Ode on a Grecian urn"








martes, 21 de febrero de 2012

Un judío

   


   "A mí no me gustan los animales, y menos todavía los hombres que aman a los animales. Siempre me ha parecido que los hombres que aman a los animales emplean en ellos una parte del amor que debieran dar a los seres humanos, y me di cuenta de lo justa que era esta apreciación, cuando comprobé casualmente que los alemanes del Tercer Reich aman a los perros lobos, a los pastores alemanes. << ¡Pobres ovejas!>>, me dije."


                                            Joseph Roth, La Cripta de los Capuchinos








viernes, 17 de febrero de 2012

"Chicos y asesinos", de Hermann Ungar



   

   Tal vez sin el criterio de Thomas Mann no podría estar escribiendo ahora sobre Ungar (1893-1929), sobre la novelística de uno de los autores centroeuropeos más destacados de principios del XX. Tal vez sin una simple mención en una sencilla entrevista o cualquiera que fuese el modo de propagación no hubiera leído esta obra, o tal vez sí.
   La trayectoria de ese hombre de ojos tristes que ahora contemplo, que recuerda en cierto modo a la de Joseph Roth, Stefan Zweig o tantos otros individuos anteriores a la segunda Gran Guerra, me hace pensar en lo arbitrario del resultado final en cuanto a estatus literario se refiere. En lo arbitrario, o quizás no tanto, de las listas de mejores autores europeos, centroeuropeos, o simplemente checos del pasado siglo; en aquello que provoca que una obra sea encumbrada en el más alto pedestal de la excelencia u olvidada definitivamente. Pues no se habla del Joyce de Finnegans aquí, ni siquiera de un Benet o de cualquier otro autor considerado como estrictamente intelectual, propietario de una obra exclusiva y críptica. Se habla de una prosa sencilla, que no escatima en guiños al lector y que en poco difiere de los autores atrás mencionados; de un Zweig multitudinario, de un Roth aclamado por sus singulares circunstancias externas, de un Bernhard que hereda toda esta literatura décadas después y la eleva para convertirse en uno de los más excelentes prosistas –de esto ya parece no haber duda- del siglo pasado. Se habla, al mismo tiempo, de un autor que no aparece en la Wikipedia en castellano y cuyo testimonio en la anglosajona se reduce a dos líneas. No es que esta web se haya convertido en la vara de medir más idónea en la actualidad, pero sin duda que es indicadora de algo.
   Chicos y asesinos, publicada por Seix Barral en 1991, es una obra que apenas llega a la centena de páginas y que consta de dos excelentes relatos: "Un hombre y una muchacha", en que el autor lleva a cabo un eficaz intento de Bildungsroman, e "Historia de un asesinato". No he leído nada más de este autor. Me bastan sencillamente estos dos relatos. Y quedo enormemente agradecido a Mann. 



viernes, 10 de febrero de 2012

A. Bronson



  "Le puse un ejemplo. <<Yo, en mi barrio, tiro los papeles al suelo; sin embargo, cuando voy por tu barrio -dije aposta: tu barrio- no los tiro nunca. ¿Por qué? Porque el fracaso es una adicción".


                                            Alberto Olmos, Ejército Enemigo







sábado, 4 de febrero de 2012

A Love Supreme




   "Me pregunto si el mundo acabará antes de que ese afán de posesión deje de alentar toda pasión amorosa; si una cierta evolución de no sé qué índole hará posible un día la conciliación entre la generosidad que debe engendrar en el sujeto una criatura amada y el interés egoísta que suscita siempre, en el sentido de acabar con este último sin recurrir ni a la renuncia ni a los sacrificios; si ese estructural divorcio entre gusto e interés -que juntos formaron un tronco único durante los años de aprendizaje para separarse en dos direcciones frecuentemente opuestas en la madurez- podrá ser superado con la aceptación por parte del individuo -dueño y responsable de una naturaleza contradictoria, fatídica y circunstancial al mismo tiempo- de los límites contingentes de una existencia que sólo a ratos perdidos tiene trascendencia."



                                                  Juan Benet, Una meditación




domingo, 22 de enero de 2012

Pop



   

   Pop. No hay quizá una palabra que defina mejor el tercer disco de Sergio Albarracín que este manido término. Ahora que los niños han crecido y los papás han dejado, tras largas temporadas de tediosa resistencia, que el rap cope los primeros puestos de todo tipo de listas –mainstream, underground etc.-, puede decirse que la escena está alcanzando en España el nivel que de ella se esperaba. Y no es de osados afirmar que el rap, en lo que a movimiento de subsuelo se refiere –y conviviendo con cierto agrado con el indie rock-, es todo aquello que el jazz fue, que el rock fue, y que definitivamente el mal catalogado fenómeno pop fue, y que pese a que todavía queden suplementos culturales de supuesta calidad que no asuman tal preceptiva, el camino está labrado ya.
   En ese contexto de inminente efervescencia, reconocida la nueva ola, ya no es un loco el que proclama a un disco de rap como mejor disco del año. Este híbrido de Elphomega lo es, aunque no sean numerosos los reivindicadores ni en la propia escena, y en nada desluce una trayectoria marcada por la rareza del malagueño. Si sus anteriores discos, pues, fueron catalogados como rara avis en el yermo paraje del rap convencional, este no hace sino aumentar tal genuina esencia, aderezado con la atmósfera de Doc Diamonds y con unos versos revolucionarios, acordes a esta nueva etapa del rap en español –cuya verdadera naturaleza surge desde la capital del estado. No hay nada que se antoje como sobrante en este trabajo, y hacía tiempo que un disco sureño no operaba con tanta contundencia. Ahora solo queda bendecirlo. 



domingo, 15 de enero de 2012

Memoria de elefante






   "Usted se encuentra (obsérveme bien), para su felicidad y para mi infelicidad, ante el mayor espeleólogo de la depresión: ocho mil metros de profundidad oceánica de la tristeza, negrura de aguas gelatinosas sin vida salvo algún que otro repugnante monstruo sublunar con antenas, y todo esto sin batiscafo, sin escafandra, sin oxígeno, lo que significa, obviamente, que agonizo."


                                                                        António Lobo Antunes



martes, 10 de enero de 2012

"Seguir siendo de izquierda", de Jorge Semprún



   Di con este artículo firmado por Semprún publicado por la revista Vuelta en 1982 y recuperado por Letras Libres en 2011 para el número homenaje al recién fallecido escritor madrileño. Puede que treinta años después estas palabras queden, evidentemente, descontextualizadas, pero a pesar de ello alerta sobre algo de cuya asunción, por desgracia, no existe tan riguroso consenso. Expongo un fragmento:

“Un pensamiento de izquierda, a mi juicio, y para calmar ahora al más urgido, con todos los riesgos de simplificación que esto conlleva, solo puede articularse en torno a dos tesis centrales, las cuales intentaré resumir.

1. Aun si la historia circunstanciada de la emergencia de una nueva clase explotadora en la URSS está lejos de haber terminado, aun si el funcionamiento exacto de las nuevas relaciones de opresión debe ser más finamente analizado, hay sin embargo una conclusión que ya se impone y que se debe tener el valor de afrontar: la victoria de los bolcheviques en octubre de 1917 ha sido un desastre para la clase obrera mundial.
   Sin duda ha sido una obra maestra de táctica política (¡demos a Lenin lo que es de Lenin!); sin duda provocó y propagó, no solo a través de la vieja Rusia zarista, sino en el mundo entero, el más formidable movimiento social, la más vertiginosa “ilusión lírica” de la historia moderna; pero esto no impide que su resultado fundamental habrá sido no solo establecer una nueva sociedad de opresión burocrática, sino además, y con mayor gravedad, el reducir la clase obrera a un papel exclusivo de productora de plusvalía, privándola de autonomía, de verdadero dinamismo interno, de la misma posibilidad de lucha por la hegemonía. Ningún régimen capitalista ha logrado ni puede por definición lograr esta prueba de fuerza, puesto que su “progreso” depende parcialmente de las luchas y la expansión misma de la clase de los trabajadores.
   Así, no en función de los criterios de los derechos del hombre, por respetables que estos sean, ni en virtud de las exigencias democráticas, sin embargo decisivas, sino desde el punto de vista de la clase obrera misma, es necesario condenar el régimen surgido de la brillante victoria de los bolcheviques. Pero es necesario dejar claro que, para un pensamiento de izquierda, condenar es combatir.

2. En lo que concierne al marxismo, en relación con el cual se ha definido el pensamiento de izquierda contemporáneo (“horizonte insuperable”, etcétera), como su práctica está articulada en función de la URSS y de los partidos comunistas, bastará decir ahora que hay que acabar con la idea que le es latente de una clase universal cuya misión histórica sería la de cambiar el mundo. Pues el proletariado no es esa clase, lo cual se puede demostrar no solo por la experiencia histórica, sino además por una producción conceptual que no deberá rechazar sino simplemente desarrollar algunos de los análisis mayores del mismo Marx. Y es en la no realidad histórica del proletariado como clase universal donde arraiga el papel de sustitución paródica y totalitaria del Único: el Estado-Partido.”



viernes, 6 de enero de 2012

Pursuance



"¡Oh, cuán duradero! ¡Oh, cómo necesitamos la durabilidad!"


                                                                    Czeslaw Milosz, Tierra inalcanzable






miércoles, 4 de enero de 2012

Ferrer Lerín. Un apunte obvio acerca de las listas literarias




   Hay algo de extraño en todas estas nominaciones de finales y principios de año que suelen proliferar en el mundillo literario y que apenas se basan en el reclamo publicitario que supone tan sencillo gesto. Hay algo de extraño y de obvio en todo este ejercicio laudatorio que me hace retroceder cincuenta años atrás y poner ademán raro ante el embobado rostro de tantas otras plumas que por suerte nos abandonaron, ante su gesto de burla por humillación tan particular. Sospecho que al escribir esto empiezo a formar parte inconsciente de ese extraño circo, pues es este preciso reclamo, ayudado por la iluminación de otros, el que se encarga de prevenir sobre la ausencia del número principal.
   Familias como la mía (Tusquets, 2011) es, sin lugar a dudas, la gran ausente de 2011 en las numerosas –e interminables- listas que acostumbran a sucederse a finales de temporada en los diferentes medios de comunicación literarios. De todas las que he observado apenas forma parte de una selección de lecturas y es curioso que al mismo tiempo lidere la misma. Curioso es, de idéntica forma, que el dueño de este postrero acierto se trate del escritor español con más proyección de las últimas décadas.
   La trayectoria de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) dejó de ser una incógnita años atrás, exactamente cuando el arqueólogo que es Vila-Matas la sacó de la sombra para incluirla en su Bartleby y compañía, y es desde entonces que ha pasado a engrosar el acomplejado y dudoso catálogo de escritores malditos de la literatura hispana. Su proyección no fue la de otros con menos calidad y más hazañas en su particular cuenta negra, pero sí suficiente para que durante la pasada década se comenzase a tener constancia de la calidad literaria del autor catalán. Ahora ya sabemos que gran parte de su vida la pasó dedicado al vuelo de las aves aragonesas, y que apenas había dejado bocetos de su poética en apenas una triada de poemarios, duplicándose esta cifra a lo largo de los últimos años y siendo el último, Fámulo, el culpable de su Premio de la Crítica en 2010. En 2005 se produjo su bautizo narrativo, concibiendo la editorial aragonesa Mira Editores su primera novela, Níquel, que unida a su continuación, denominada Nora Peb, ha constituido en el pasado año la vuelta al ruedo del poeta barcelonés.
   Familias como la mía tiene, como toda novela que se precie a partir de 1960, algo de Faulkner, algo de Benet, por tanto, y algo de toda esa tradición mal denominada experimental que sin duda ocupará la mayor parte de los manuales literarios sobre el pasado siglo y el que entra cuando algún crítico -Echevarría- que esté dotado de verdad -Echevarría- se ponga manos a la obra e ilumine un camino tan obscurecido por otros. Tiene algo de las grandes obras y una singularidad sin parangón en la novela española última, tan deficiente en lo que a cuestiones formales se refiere. Si me veo en la obligación de recalcar algún elemento de ella, entonces, no puede ser otra cosa que su excelente estilo, que unido a una trama autobiográfica salpicada con matices surrealistas –lo surrealista que pudiera ser un Lezama Lima- hacen de esta novela posiblemente la más destacada –para ello ya tengo el apoyo del mencionado y prometedor autor- del recién extinguido 2011.
   Su lectura merece más tiempo que una innecesaria y posiblemente prematura reseña formal, y aquí no se pretende nada parecido a eso.