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domingo, 22 de enero de 2012

Pop



   

   Pop. No hay quizá una palabra que defina mejor el tercer disco de Sergio Albarracín que este manido término. Ahora que los niños han crecido y los papás han dejado, tras largas temporadas de tediosa resistencia, que el rap cope los primeros puestos de todo tipo de listas –mainstream, underground etc.-, puede decirse que la escena está alcanzando en España el nivel que de ella se esperaba. Y no es de osados afirmar que el rap, en lo que a movimiento de subsuelo se refiere –y conviviendo con cierto agrado con el indie rock-, es todo aquello que el jazz fue, que el rock fue, y que definitivamente el mal catalogado fenómeno pop fue, y que pese a que todavía queden suplementos culturales de supuesta calidad que no asuman tal preceptiva, el camino está labrado ya.
   En ese contexto de inminente efervescencia, reconocida la nueva ola, ya no es un loco el que proclama a un disco de rap como mejor disco del año. Este híbrido de Elphomega lo es, aunque no sean numerosos los reivindicadores ni en la propia escena, y en nada desluce una trayectoria marcada por la rareza del malagueño. Si sus anteriores discos, pues, fueron catalogados como rara avis en el yermo paraje del rap convencional, este no hace sino aumentar tal genuina esencia, aderezado con la atmósfera de Doc Diamonds y con unos versos revolucionarios, acordes a esta nueva etapa del rap en español –cuya verdadera naturaleza surge desde la capital del estado. No hay nada que se antoje como sobrante en este trabajo, y hacía tiempo que un disco sureño no operaba con tanta contundencia. Ahora solo queda bendecirlo. 



domingo, 15 de enero de 2012

Memoria de elefante






   "Usted se encuentra (obsérveme bien), para su felicidad y para mi infelicidad, ante el mayor espeleólogo de la depresión: ocho mil metros de profundidad oceánica de la tristeza, negrura de aguas gelatinosas sin vida salvo algún que otro repugnante monstruo sublunar con antenas, y todo esto sin batiscafo, sin escafandra, sin oxígeno, lo que significa, obviamente, que agonizo."


                                                                        António Lobo Antunes



martes, 10 de enero de 2012

"Seguir siendo de izquierda", de Jorge Semprún



   Di con este artículo firmado por Semprún publicado por la revista Vuelta en 1982 y recuperado por Letras Libres en 2011 para el número homenaje al recién fallecido escritor madrileño. Puede que treinta años después estas palabras queden, evidentemente, descontextualizadas, pero a pesar de ello alerta sobre algo de cuya asunción, por desgracia, no existe tan riguroso consenso. Expongo un fragmento:

“Un pensamiento de izquierda, a mi juicio, y para calmar ahora al más urgido, con todos los riesgos de simplificación que esto conlleva, solo puede articularse en torno a dos tesis centrales, las cuales intentaré resumir.

1. Aun si la historia circunstanciada de la emergencia de una nueva clase explotadora en la URSS está lejos de haber terminado, aun si el funcionamiento exacto de las nuevas relaciones de opresión debe ser más finamente analizado, hay sin embargo una conclusión que ya se impone y que se debe tener el valor de afrontar: la victoria de los bolcheviques en octubre de 1917 ha sido un desastre para la clase obrera mundial.
   Sin duda ha sido una obra maestra de táctica política (¡demos a Lenin lo que es de Lenin!); sin duda provocó y propagó, no solo a través de la vieja Rusia zarista, sino en el mundo entero, el más formidable movimiento social, la más vertiginosa “ilusión lírica” de la historia moderna; pero esto no impide que su resultado fundamental habrá sido no solo establecer una nueva sociedad de opresión burocrática, sino además, y con mayor gravedad, el reducir la clase obrera a un papel exclusivo de productora de plusvalía, privándola de autonomía, de verdadero dinamismo interno, de la misma posibilidad de lucha por la hegemonía. Ningún régimen capitalista ha logrado ni puede por definición lograr esta prueba de fuerza, puesto que su “progreso” depende parcialmente de las luchas y la expansión misma de la clase de los trabajadores.
   Así, no en función de los criterios de los derechos del hombre, por respetables que estos sean, ni en virtud de las exigencias democráticas, sin embargo decisivas, sino desde el punto de vista de la clase obrera misma, es necesario condenar el régimen surgido de la brillante victoria de los bolcheviques. Pero es necesario dejar claro que, para un pensamiento de izquierda, condenar es combatir.

2. En lo que concierne al marxismo, en relación con el cual se ha definido el pensamiento de izquierda contemporáneo (“horizonte insuperable”, etcétera), como su práctica está articulada en función de la URSS y de los partidos comunistas, bastará decir ahora que hay que acabar con la idea que le es latente de una clase universal cuya misión histórica sería la de cambiar el mundo. Pues el proletariado no es esa clase, lo cual se puede demostrar no solo por la experiencia histórica, sino además por una producción conceptual que no deberá rechazar sino simplemente desarrollar algunos de los análisis mayores del mismo Marx. Y es en la no realidad histórica del proletariado como clase universal donde arraiga el papel de sustitución paródica y totalitaria del Único: el Estado-Partido.”



viernes, 6 de enero de 2012

Pursuance



"¡Oh, cuán duradero! ¡Oh, cómo necesitamos la durabilidad!"


                                                                    Czeslaw Milosz, Tierra inalcanzable






miércoles, 4 de enero de 2012

Ferrer Lerín. Un apunte obvio acerca de las listas literarias




   Hay algo de extraño en todas estas nominaciones de finales y principios de año que suelen proliferar en el mundillo literario y que apenas se basan en el reclamo publicitario que supone tan sencillo gesto. Hay algo de extraño y de obvio en todo este ejercicio laudatorio que me hace retroceder cincuenta años atrás y poner ademán raro ante el embobado rostro de tantas otras plumas que por suerte nos abandonaron, ante su gesto de burla por humillación tan particular. Sospecho que al escribir esto empiezo a formar parte inconsciente de ese extraño circo, pues es este preciso reclamo, ayudado por la iluminación de otros, el que se encarga de prevenir sobre la ausencia del número principal.
   Familias como la mía (Tusquets, 2011) es, sin lugar a dudas, la gran ausente de 2011 en las numerosas –e interminables- listas que acostumbran a sucederse a finales de temporada en los diferentes medios de comunicación literarios. De todas las que he observado apenas forma parte de una selección de lecturas y es curioso que al mismo tiempo lidere la misma. Curioso es, de idéntica forma, que el dueño de este postrero acierto se trate del escritor español con más proyección de las últimas décadas.
   La trayectoria de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) dejó de ser una incógnita años atrás, exactamente cuando el arqueólogo que es Vila-Matas la sacó de la sombra para incluirla en su Bartleby y compañía, y es desde entonces que ha pasado a engrosar el acomplejado y dudoso catálogo de escritores malditos de la literatura hispana. Su proyección no fue la de otros con menos calidad y más hazañas en su particular cuenta negra, pero sí suficiente para que durante la pasada década se comenzase a tener constancia de la calidad literaria del autor catalán. Ahora ya sabemos que gran parte de su vida la pasó dedicado al vuelo de las aves aragonesas, y que apenas había dejado bocetos de su poética en apenas una triada de poemarios, duplicándose esta cifra a lo largo de los últimos años y siendo el último, Fámulo, el culpable de su Premio de la Crítica en 2010. En 2005 se produjo su bautizo narrativo, concibiendo la editorial aragonesa Mira Editores su primera novela, Níquel, que unida a su continuación, denominada Nora Peb, ha constituido en el pasado año la vuelta al ruedo del poeta barcelonés.
   Familias como la mía tiene, como toda novela que se precie a partir de 1960, algo de Faulkner, algo de Benet, por tanto, y algo de toda esa tradición mal denominada experimental que sin duda ocupará la mayor parte de los manuales literarios sobre el pasado siglo y el que entra cuando algún crítico -Echevarría- que esté dotado de verdad -Echevarría- se ponga manos a la obra e ilumine un camino tan obscurecido por otros. Tiene algo de las grandes obras y una singularidad sin parangón en la novela española última, tan deficiente en lo que a cuestiones formales se refiere. Si me veo en la obligación de recalcar algún elemento de ella, entonces, no puede ser otra cosa que su excelente estilo, que unido a una trama autobiográfica salpicada con matices surrealistas –lo surrealista que pudiera ser un Lezama Lima- hacen de esta novela posiblemente la más destacada –para ello ya tengo el apoyo del mencionado y prometedor autor- del recién extinguido 2011.
   Su lectura merece más tiempo que una innecesaria y posiblemente prematura reseña formal, y aquí no se pretende nada parecido a eso.