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lunes, 30 de abril de 2012

La poesía de nuestra generación








"El Niño es padre del Hombre: ojalá
mis días estuvieran vinculados
por natural piedad unos con otros"


                                            William Wordsworth




lunes, 23 de abril de 2012

Hay que leer a Guelbenzu





   Hay que leer a Guelbenzu, me dije no hace mucho degustando una de las obras de su primera época –si puedo permitirme tal licencia crítica-. Hay que leer sobre todo al primer Guelbenzu. El de las novelas detectivescas posteriores no parece tan alentador. Hay que leer al escritor de El mercurio, al de Antifaz, al de La noche en casa. Al autor de los setenta que todavía estaba lejos de convertirse en capo de los medios de comunicación culturales.
   Hay en ese primer Guelbenzu –en el siguiente no lo sé- cierto intento de mímesis respecto al estilo elevado, o también llamado experimental, de los años sesenta y posteriores. Una cadencia que se muestra en cada línea y que denota la naturaleza de un excelente escritor precoz, que con apenas veinticuatro años ya había sido finalista del entonces prestigioso Biblioteca Breve. Pero no es un Benet o un Martín-Santos lo que nos encontramos en estas líneas, y sobre todo no alguien que pretenda tal cosa. Si hay que ubicar a este primer Guelbenzu en alguna localización simbólica, antes debería hacerse en el Castroforte del Baralla de Torrente Ballester que en la Región de Benet. Con esto quiero decir que su propuesta está lejos de la opacidad literaria de esta última y sin embargo cercana a la sátira de la primera.
   Una sátira que puede entreverse en cada uno de los elementos que componen obras como La noche en casa y que dan sentido a personajes como Chéspir y a tramas que en realidad poseen una trascendencia relativa –en esto sí es Benet-. Son novelas, también, que presagian al Guelbenzu policiaco de las obras posteriores, y que comparten en su naturaleza el absurdo de ese estilo negro. Aderezadas además con el motivo de los estudiantes de los años sesenta –que nos es tan cercano a los del 2010.
   Hace falta leer a Guelbenzu para entender que ese estilo “difícil” y a la postre netamente español de los años setenta, que vivió a la sombra del sobrevalorado Boom latinoamericano, no se reducía solo a las hazañas de unos tales Benet, Martín-Santos o Goytisolo, dando como resultado una de las épocas de oro -1962 en adelante- de la novela patria. Los años en que Joyce y Faulkner llegaron de verdad a España –y que nos perdone don Álvaro Cunqueiro.





viernes, 13 de abril de 2012

domingo, 8 de abril de 2012

Nostalgia

   


     <<Personalmente, no confío en otra nostalgia que en la mía. La nostalgia es un producto de la insatisfacción y la rabia. Es un arreglo de cuentas entre el presente y el pasado. Cuanto más potente es la nostalgia, más nos aproxima a la violencia. La guerra es la forma que adopta la nostalgia cuando los hombres sienten la necesidad perentoria de decir algo bueno acerca de su país –dijo Murray>>.
                               
             
                                                        Don DeLillo, Ruido de fondo






martes, 3 de abril de 2012

"Fresy Cool", de Antonio J. Rodríguez





   A medida que avanzaba en la lectura de esta primera obra –individual- de Antonio J. Rodríguez, a medida que pasaba páginas y que me formaba sobre la novela una idea que considero válida, me acometía un insidioso interrogante: ¿Qué pensaría el bueno de David Foster Wallace si todavía pudiera leer esto? Tal vez se dibujara una mueca en ese rostro inteligente que parecía ostentar y se admirase por lo prodigioso de que un españolito con apodo de turco mostrara influencia tan explícita. No sé. Lo cierto es que a continuación solía acecharme otro interrogante, derivado del primero: ¿Conocería Antonio J. Rodríguez a DFW si no hubiera sido protagonista de tan trágico final? ¿Lo conocía antes de 2008?
   En realidad no me importa gran cosa ninguna de estas preguntas y muestra de ello es que ni siquiera me he molestado en indagar un poco sobre su naturaleza –creo que podría hacerlo con un simple clic en el archivo de su blog-. DFW es –gran- parte de la novela, pero no toda la novela. Incluso me atrevería a decir que Fresy Cool tiene del autor americano aquello que no ha gozado de tanto éxito entre el público. Esto es, que tiene algo que no está entre las mil doscientas páginas de Infinite Jest y que sí lo hace en ese libro de relatos de curioso nombre: La niña del pelo raro. Concretamente, un relato que bien podría constituirse como novela corta y que es el último de ese libro: “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”. Fresy Cool adapta este relato a un Madrid que ha perdido gran parte de  su condición cañí –aunque no tanto como parece- en pos de un presente futurista en que todo está francamente jodido y que recuerda a la atmósfera tan bien expuesta por DeLillo en su Ruido de fondo.
   Pero la novela de Rodríguez es mucho más que esto. En primer lugar, porque no es solo una novela. Ya se han encargado en muchos sitios de destacar lo multidisciplinar de la obra, y es precisamente en este elemento donde reside el quid de la misma. Porque no es otra cosa, en suma, que una novela plural y satírica. Una novela de autor joven que ha leído mucha literatura contemporánea y que en todo momento siente la necesidad de teorizar, de demostrar aquello que sabe –y que tanto recuerda al ego trip rapero-, pero que sobre todo escribe bien y es consciente de que este último es un rasgo de relativa frecuencia en un autor nacido después de 1970.
   Fresy Cool posee multitud de elementos dignos de reproche –no me apetece detenerme en eso y además pueden entreverse a la perfección (por otro lado algunos no han dejado de ampararse en ellos)- pero más aún es una primera novela que impacta por la contundencia de su prosa y que ante todo pide un nuevo capítulo –un  "venga, tío, ahora cuéntame una historia de verdad en plan Franzen"-. Es, además, la primera novela de más de trescientas páginas escrita en España por un autor nacido después de 1985. Una llamativa piedra de toque.