jueves, 24 de mayo de 2012
viernes, 18 de mayo de 2012
Incomprensión
"Hace
poco tiempo —una tarde de primavera, caminando por una galiana de Extremadura, en
un ancho paisaje de olivos, a quien daba unción dramática el vuelo solemne de
unas águilas, y, al fondo, el azul encorvamiento de la sierra de Gata—, quiso
Pío Baroja, mi entrañable amigo, convencerme de que admiramos solo lo que no
comprendemos, que la admiración es efecto de la incomprensión. No logró
convencerme, y no habiéndolo conseguido él, es difícil que me convenza otro.
Hay, sí, incomprensión en la raíz del acto admirativo, pero es una
incomprensión positiva: cuanto más comprendemos del genio, más nos queda por
comprender."
José Ortega y
Gasset, Meditaciones del Quijote
sábado, 12 de mayo de 2012
De la ineptitud y la excelencia
Un día,
no hará mucho de ello, escuché en una tertulia post-película a las que nunca
debe asistirse que la obra rechinaba en muchos aspectos y que la música, sin lugar
a dudas, estaba fuera de contexto. La película en particular era el Furtivos de Borau (1975), cuya banda
sonora está apadrinada por Vainica Doble. El iluminado en cuestión estaba
relacionado con el CSIC, pero en ningún momento me interesé por conocer su
identidad –tampoco creo que resultase especialmente reveladora-. Lo dijo y se
quedó tan pancho. Los pocos asistentes que nos hallábamos junto a él no
sufrimos ningún arrebato de cólera ni se organizó una asamblea revolucionaria
allí mismo. Sin duda que la situación lo requería.
No me interesa hablar tanto aquí de esa joya
cinematográfica que es Furtivos –creo
que es algo reconocido por todo especialista que se precie-, la cual no me
importaría incluir entre las quince mejores de todo el cine español, como de la
banda sonora de Vainica. Y más concretamente de Vainica. Y más concretamente de
su disco Contracorriente (1976).
No fue Borau, sin embargo, el que descubrió
este grupo al cine español, sino otro viejo conocido de la escena como es Iván
Zulueta –diseñador de la cubierta de este disco y de la película del aragonés-,
que utilizó a la banda en su Un, dos,
tres, al escondite inglés (1969). Previamente, ya habían debutado en
televisión y habían colaborado con nombres como el de Jaime de Armiñán. Con
esto pretendo decir que ya era un grupo muy asentado en el panorama cuando
publican este disco, posiblemente el mejor de su trayectoria. Curiosamente, el
grupo sufre un parón cuatro años después de sacarlo a la luz. No estarían de
acuerdo conmigo, supongo, o con el transcurso del tiempo, en el resultado
final.
El
trabajo se escucha ahora como un conglomerado perfecto de nueve composiciones
en donde lo peculiar se combina con lo peculiar para dar forma a un disco único
en el panorama español de los setenta –y posteriores-. No es una exageración si
se entiende este grupo como uno de los padres de la escena indie –no sé en qué
momento pasaría a denominarse así, pero me da un poco igual- surgida a partir
de los ochenta. En cada canción puede apreciarse un estilo poético-musical
fuera de lo común y un sonido que avala la letra a la perfección y que nos transporta a ese folk
que tan poco abundó en España, a ese escaso -buen- rock, y si se me
apura a esa psicodelia que luego Berlanga –Carlos- y otros tantos se encargarían
de explotar años después. Traducido a la terminología actual, esto es un
fucking pepino:
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